La región patagónica fue siempre un escenario enigmático.
Desde la expansión europea hasta las conquistas nacionales argentina y chilena,
el cono sur del continente americano atrajo a exploradores, avanzadas
militares, científicos y aventureros que con intereses diversos se apoyaron en
los pueblos nativos para sobrevivir en una geografía hostil pero también para
realzar al heroísmo sus experiencias de viaje. Cuando en el siglo XIX la
fotografía empieza a ser un instrumento más o menos accesible para estos
expedicionarios, las cámaras y sus documentos se volvieron testigos eternos de
lo que los autores no pudieron dominar al momento de tomar una fotografía.
La investigación documental y análisis del
periodista Osvaldo Mondelo en su libro Tehuelches,
danza con fotos, devela gran parte de esos elementos que en primera
instancia están ocultos, pero que con la comparación iconográfica, el paso del
tiempo o la interpretación del momento histórico de la segunda parte del siglo
XIX y principios del XX, adquieren fundamentos historiográficos para conocer el
devenir de este pueblo que persiste en la vida de la Patagonia.
![]() |
Tehuelches, danza con fotos de Osvaldo Mondelo. |
Son testimonios bajo el molde ideológico del
positivismo. Entonces abundan las puestas en escena y también la dramatización
de prejuicios que tenían los autores. La fotografía estaba al servicio de una
flamante ciencia antropológica que proponía la jerarquización de sociedades
europeas sobre el resto. En ese contexto se entiende la fascinación por la
documentación de datos antropométricos y en cuanto específicamente al arte
fotográfico, los primeros planos de frente y costado como un registro
taxonómico de un pueblo bárbaro en territorio salvaje.
A diferencia de los dibujos que fueron
anteriores al registro fotográfico (desde el siglo XV hasta la primera mitad
del siglo XIX), los elementos involuntarios de los autores y también de los
protagonistas de las fotos dejan un gran espacio para que aparezcan las
condiciones de existencia del pueblo tehuelche pero por sobre todas las cosas
las condiciones de producción del documento fotográfico. Ya no se trata de
pensar en el mito del gigantismo que
Pigafetta, Fitz Roy o John Byron propusieron como verdad esencial y maravillosa
de esta región del mundo, sino el paso de la cultura tehuelche hasta la
reducción de sus prácticas por el avance de la economía ovina, el alambrado o
las consecuencias del alcohol.
![]() |
Sinchel, fotografiado para la exposición de Saint Louis en 1904. |
¿Qué pasaba en
Patagonia hacia fines del siglo XIX?
Tras las guerras de independencia y civiles de
organización nacional, los estados argentino y chileno dieron inicio a la
disputa por las zonas australes. La expansión del capitalismo a tierras habitadas
por pueblos nativos tuvo dos etapas claramente diferenciadas. Primero, utilizó
a pueblos como el tehuelche como aliados militares para contrarrestar la expansión
del país vecino. Una vez, más o menos fijadas las fronteras de sendos estados
nacionales, los habitantes patagónicos nativos se volvieron un problema: la
instalación de estancias dedicadas al ganado ovino era incompatible con el
espacio natural y nomadismo de los tehuelches. El alambrado fijaba la propiedad
privada de un territorio que se había vivido hasta ese momento de forma
comunitaria.
El autor Osvaldo Mondelo lo narra así:
“Cuando la fotografía llega a la
Patagonia, a fines del siglo XIX y principios del XX, el pueblo tehuelche está
en un proceso de disgregación. El reloj de la transculturización ha iniciado el
conteo regresivo, como consecuencia de la apropiación de la tierra, la
explotación ganadera, el intercambio comercial, la venta de alcohol, las
enfermedades y el desamparo jurídico”.[1]
En la primera etapa, caciques como Sayhueque o
Casimiro Biguá fueron retratados con los uniformes militares de época y su autoridad
de hecho y grado militar aseguraban la presencia –al menos ficticia- del estado
nacional. Osvaldo Mondelo lo explica:
“En la disputa por el espacio
territorial, tanto los gobiernos de la Argentina como los de Chile celebran
acuerdos comerciales con caciques y capitanejos, otorgando cargos militares,
sueldos, alimentos, a cambio de la portación de símbolos patrios”.[2]
![]() |
Grabado de Juana y Casimiro Biguá con uniforme militar y ostentando su grado de coronel que le aseguraba al estado argentino posicionarse en la Patagonia. |
Para la segunda etapa que marcamos más arriba,
la caracterización descriptiva y la fotografía de los tehuelches mudará a las
nuevas necesidades políticas de un estado nacional que se consagraba como la
garantía del progreso capitalista y por tanto del minúsculo engranaje que estos
países ocupaban en la división internacional del trabajo. Argentina y Chile, de
la mano de sus clases dirigentes, tenían claro el papel que les correspondía:
aportar materias primas a los países centrales e industrializados.
Entonces, en el nuevo contexto, los pueblos
tehuelches pasaron a ser un obstáculo al avance de la propiedad privada. La
difusión tecnológica del alambrado atentó con una de las prácticas culturales
propias del mundo tehuelche: el nomadismo y la vivencia de un espacio natural
con carácter esencialmente comunitario y sujeto a pactos entre los mismos
pueblos que tenían el mismo peso de lo que actualmente conocemos como acuerdos
diplomáticos: la violación de un determinado territorio de caza era igual a una
declaración de guerra.
Las consecuencias de semejante cambio en la
experiencia cotidiana del extenso espacio patagónico fueron brutales, tanto en
el modo de vida pero también en el registro fotográfico que servirá para
sustentar el nuevo discurso ideológico de las clases dirigentes y sus medios de
comunicación gráficos o instituciones científicas de la época:
“Afianzado el latifundio patagónico y
establecidos en forma permanente los delegados administrativos del Estado
nacional, la fotografía acompañará la concepción que impone el nuevo modelo
ideológico del desarrollo capitalista. Mostrará un perfil negativo de los
tehuelches: un pueblo bárbaro, nómada, cazador de guanacos, ladrón de ovejas,
borrachín, de escaso interés cultural, que no dejó grandes obras como las legadas
por los incas. Un estorbo para los estancieros, un obstáculo para el progreso”[3],
describe Mondelo.
Por supuesto, es el capitalismo el pilar
explicativo de lo que empezará a ocurrir al pueblo tehuelche: el gradual
abandono de sus cueros de guanaco como vestimenta, la imposibilidad del
nomadismo y la reducción de su espacio territorial.
Comercio y fotografía
La mayoría de los viajeros que se propusieron
honestamente convivir temporalmente con los pueblos australes para conocer sus
prácticas culturales y estrategias de supervivencia, consideraron a los
tehuelches como personas amables y hospitalarias. George Musters o Ramón Lista
son algunos de ellos. En cambio, los meros cazadores de oportunidades dejaron
impresas en crónicas de viaje su desprecio hacia los pueblos patagónicos.
La experiencia de los tehuelches con los
expedicionarios era una oportunidad para obtener un comercio al que aspiraban
practicar en los principios de la mutua conveniencia, como indicaba su modo de
vida. A cambio de quillangos de guanaco o choique los nativos obtenían yerba,
tabaco, alcohol y otros instrumentos cotidianos como pavas y cacerolas. En este
sentido se inscribe gran parte de la fotografía “científica” de esta época.
Ante la suspicacia que despertaba la cámara fotográfica, los exploradores
lograron buena parte de sus documentos por medios del intercambio comercial,
aunque en otros casos, la presencia de fuerzas policiales como gendarmería dan
elementos suficientes para sospechar el uso de la coerción con el objetivo de forzar
las tomas.
![]() |
Josefa Keta es medida antropométricamente y fotografiada por el investigador Marcelo Bórmida. |
Un aliado para estos propósitos fue el
intercambio de fotografías por alcohol, fundamentalmente aguardiente. Algunos
lo usaban para obtener cueros, tejidos, otros para obtener fotografías, y
también estaban los profanadores de tumbas como Henri de La Vaulx que obtenían
información de chenques (enterramientos de ancestros) para robar las osamentas.
A propósito, en la obra de Osvaldo Mondelo se
toma un fragmento del relato de viaje de Henri de La Vaulx cuando miembros de
una comunidad tehuelche se oponían a que les tomen fotografías porque ese
artificio generaba temores sobre la duplicidad de la imagen propia:
“¿Para qué, dice, vamos a entregar
nuestras imágenes a este joven que quizás sea un brujo y podría más adelante
lanzarnos un hechizo? No podemos existir a la vez en dos lugares diferentes, si
nuestra imagen aparece representada en un papel sería nuestra muerte segura”.[4]
Las fotografías dejan su testimonio objetivo:
los cueros remplazados por tejidos de algodón y lonas plásticas. Los cueros por
la indumentaria de gaucho. Y también, las extensas planicies de la Patagonia
por tehuelches atrapados entre una cámara fotográfica y las paredes de algún
edificio del pueblo de Río Gallegos, en la provincia de Santa Cruz, o en Retiro
(Buenos Aires). La opresión tehuelche tiene acá una evidencia gráfica. Como
sostiene Mondelo, el tiempo marca una aceleración regresiva donde los agentes
comerciales dan una batalla importante en el avance capitalista.
Un pueblo reducido a
postales
Específicamente desde lo fotográfico, las dos etapas
que marcamos anteriormente (el de indio amigo/indio salvaje) parecería no tener
fronteras claras y es plausible de que se hayan dado momentos donde ambas consideraciones
convivieran y se optaran distintamente según las necesidades comunicativas de
estos autores. En esa línea, la elaboración artificiosa de postales,
publicidades y tarjetas en función de las fotografías de tehuelches se dio a lo
largo del siglo XIX y principios del XX (aunque al principio fue un fenómeno
bastante más intensivo). El carácter exótico se denota fácilmente en la
producción visual de la época.
![]() |
Tehuelches posan con un fondo tropical de fantasía para la tarjeta del show humano de Hamburgo en 1879. |
A veces, las tomas fotográficas se intervenían
deliberadamente: se coloreaban, se cambiaban los entornos geográficos, etc.
Esta práctica de transformar en postales se
tradujo en la generalización de unos supuestos caracteres tehuelches, se quitó
todo tipo de individualidad como, por ejemplo, los nombres personales.
Claramente se expone esas intervenciones en los epígrafes explicativos que
acompañaban las postales:
-
Tehuelches típicos.
-
Indios de la Patagonia.
-
Tehuelche.
-
Mujer tehuelche.
-
Tipo característico de indio
tehuelche.
-
Grupo típico de la Patagonia en su
tienda de piel de oveja.
-
Un indígena de la tribu tehuelche.
La cultura tehuelche y su descendencia pervive
en provincias como la de Santa Cruz en el sur de Argentina. A veces soslayados
por discursos dominantes, cuando no elegidos como enemigos predilectos de otros
discursos oportunistas. Pero siempre presentes. La cultura tehuelche, viva en
las expresiones folclóricas también permanece latente en torrentes sanguíneos
de muchos argentinos-chilenos. Desistir de querer encontrar patrones
específicos de su ser cultural marca al mismo tiempo las cicatrices pero
también la fuerza de un pueblo que a pesar de la violencia y el empobrecimiento
deliberado, no dejaron de pisar el cono sur del continente desde los tiempos
ancestrales hasta hoy.