HACE 32 AÑOS LA REPORTERA MABEL OUTEDA CUBRIÓ LA LLEGADA DEL CRUCERO INGLÉS CON LOS SOLDADOS ARGENTINOS QUE SOBREVIVIERON A LA GUERRA
El día que Puerto Madryn se quedó sin
pan
Desobedeciendo a las autoridades militares, los madrynenses reciben a los soldados |
El 19 de junio de 1982 quedó grabado en la memoria colectiva
de la ciudad, y el recuerdo se cita más o menos igual: “El día que Madryn se
quedó sin pan”. Había pasado sólo una semana del final de la guerra de
Malvinas, y hacia la noche del día anterior comenzó a circular un rumor: los
soldados regresarían al continente y desembarcarían en Puerto Madryn. A partir
de ese momento, el pueblo en las calles manifestó una de las desobediencias
civiles más sintomáticas del final de la dictadura.
Mabel Outeda trabajaba como fotógrafa del periódico Impacto, un semanario que se editaba en
Puerto Madryn, cuando ese día tuvo que cubrir el acontecimiento como reportera.
“Desde la puerta de mi casa se veía todo el golfo y estaba esperando hasta que
a lo lejos se empieza a ver un punto blanco”, rememora sobre los primeros
momentos de esa mañana, cuando el Canberra (crucero inglés que traía el
principal contingente de unos 4 mil soldados argentinos) se asomó por el
horizonte: “No tenés idea con qué velocidad llegó hasta el puerto”, le comenta
al periodista como dándose a entender. Outeda tomó algunas de las fotografías
más recordadas de ese día, pero al hablar de ellas modestamente se quita todo
tipo de méritos y cualquier tipo de propiedad: “Las fotos no son mías, ya les
pertenecen a los veteranos”, asegura.
Mabel Outeda fotografió la llegada de los chicos de la guerra al continente |
En realidad todo comenzó el día anterior: se anunció muy así
nomás, de boca en boca, que iban a llegar acá o a Bahía Blanca. Pero cuando
amanecimos con la ciudad tomada por el ejército nos dimos cuenta enseguida que
iban a traerlos a Madryn. Cuando vi que el barco estaba llegando quise ir hasta
el muelle pero los militares no nos dejaron pasar. Cerca del cementerio me
encontré con Victoriano Salazar, que estaba a cargo de la intendencia, y me
comentó que no podía hacer nada, que la ciudad estaba tomada por el ejército.
Sería algo así como las diez de la mañana.
¿Cómo fue la llegada
de los soldados?
Ellos mismos nos decían que bajaron del barco con miedo,
creían que los iban a castigar por perder las Malvinas. Eso fue porque antes de
llegar en el barco recibieron una arenga por parte de los militares argentinos
en la que les dijeron que el pueblo los estaba esperando para castigarlos
cuando en realidad fue todo lo contrario: el pueblo los esperaba con ansiedad;
queríamos verlos, tocarlos, aplaudirlos y hablar con ellos.
No. Al principio los que estaban a cargo del operativo
querían evitar que tengamos contacto con los soldados. Es más, los primeros
camiones militares que salían del puerto pasaban tapados con lonas y los metían
a los chicos en las barracas de Lahusen, donde hoy funciona el bingo municipal.
Pero entre las personas de la ciudad había como una desesperación por
abrazarlos, por darles de comer. No fue algo preparado sino espontáneo, algo
que surgió de las personas que estábamos parados en la vereda, sólo queriendo
verlos pasar y confirmar que por fin estaban de vuelta.
Fue así que nació la
historia de que Madryn se quedó sin pan.
Claro; pero además muchos vecinos se llevaron a los chicos a
comer a sus casas, les prestaron el teléfono para que se comuniquen con sus
familias, o nos daban el número y nosotros llamábamos a las familias. Hoy
recuerdo esas caras y te voy a decir lo que parecía: era como un jardín de
infantes, pero que estaban totalmente deteriorados; así llegaron esos chicos.
¿Además de tu trabajo
como periodista te sumaste a esa ola espontánea de solidaridad?
Es que en un momento bajé la cámara y me olvidé, y todo el
pueblo hizo lo mismo. Lo importante eran los soldados: empezamos a pedir los
teléfonos para avisar a los familiares. Llamábamos a un montón de ciudades y
cuando las familias nos atendían no nos creían, se enojaban y pensaban que les
estábamos haciendo una broma de mal gusto. O también los chicos nos decían que
su familia no tenía teléfono pero que podíamos llamar a una vecina y cosas así;
fue una situación como para una película, empezó a media mañana y eran las diez
de la noche y seguíamos llamando a todo el país.
Según Outeda, el propósito de la dictadura era evitar el
contacto entre los madrynenses y los soldados, “engordarlos en los cuarteles y
después soltarlos”. Pero luego del paso raudo de los primeros camiones
militares, absolutamente tapados, con un grupo de fotógrafos y otros
madrynenses burlaron los cordones de seguridad impuesto por los militares: “Éramos
tres o cuatro fotógrafos de los medios y nos preguntábamos qué podíamos hacer.
Entonces les propongo que rompamos el cerco para entrar pero no querían
arriesgarse”, asegura la fotógrafa.
¿Empezó todo buscando
conseguir una foto del acontecimiento?
Algo así. Yo les dije a mis colegas que me iba a meter así
tenían una foto de cuando los militares me dieran un culatazo. Pero además de
la foto, uno quería el contacto también, y a partir de ese primer intento la
gente encaró y no nos pudieron parar, se desbandó todo. En ese momento comienza
a darse el contacto con los chicos que salían por camiones y empezaron a pedirnos
pan.
¿Cómo surgió lo de
llevarlos a las casas?
En la barraca Lahusen los militares les daban una latita de
comida, lo mismo que le daban en las islas y como que le decían “calentate eso
y comelo”. Claro que los chicos no querían comer nada de eso, déjate de joder,
con lo que ya habían pasado. Así que de a poco los vecinos se los fueron
llevando a sus casas.
¿Eras consciente de
lo que ese día estabas cubriendo como periodista?
Sí, pero nunca intuí si tenía una buena foto o no. Tomé
varios rollos de película y en un momento dije basta, me di cuenta que había
que hacer otra cosa.
¿Y qué pasó después
de los hechos?
En ese momento me di cuenta que para los que somos de Puerto
Madryn todo eso dolió mucho, y la gente prefirió callar. Además había mucho
miedo y sabían que las fotos eran unos documentos muy fuertes.
No, yo no oculté nada pero después de que salió en el diario
nadie me vino a preguntar qué otras fotos tenía como me era común con otros
trabajos. Si sacaba fotos de un partido de fútbol venían y me pedían para que
les de una; yo hacía las copias de contacto y elegían. Pero con la llegada de
los soldados nadie me pidió nada hasta mucho tiempo después; pienso que esa
negación fue por miedo.
¿Ni siquiera las
autoridades de la dictadura?
No. Luego les dejé los negativos a los veteranos de guerra
porque con el tiempo me insistían todo el tiempo para que se las pase; por eso
hoy digo que yo ya no tengo nada que ver con esas imágenes, las fotos son de
ellos.
LA GUERRA
El mismo día que se produce la recuperación momentánea de
las Malvinas, Mabel Outeda intuyó que se trataba de una aventura militar
descabellada: “Ese 2 de abril me enojé con todo el mundo porque me parecía una
locura y me negué a cubrir el acto de festejo por la recuperación de las
islas”, recuerda la reportera.
¿En Madryn se vivió
con mucho fervor patriótico?
La gente de mi entorno estaba entusiasmada y muchas personas
incluso juntaban cosas para enviarles a los soldados. Mi postura me llevó a
enojarme con mucha gente, con mis parientes y mis amigos y tuve que decidir por
un tiempo no hablar más del tema hasta que de algún modo tuvieron que tristemente
darme la razón.
Secuencia: en la imagen superior un soldado arroja una campera; en la siguiente una vecina se retira con el obsequio. |
Claro. Recuerdo que mi familia no sabía qué hacer conmigo;
porque si bien todo me parecía una locura me anoté para ir como fotógrafa.
Todos me decían que era una locura porque era mujer. Luego los hechos
sucedieron muy rápido y no pude ir.
Entre abril y junio
también recibieron soldados mientras se desarrollaba la guerra
Es que cuando pasaban micros con soldados en dirección al
sur, hacían una parada técnica en la vieja terminal de Madryn. Ya en ese
momento muchos de los vecinos comprábamos cajas de galletitas en una tienda
mayorista y se las llevábamos. Ya en ese momento me pasaron cosas extraordinarias
con los chicos: me preguntaban “¿señora dónde estamos?” o “¿a dónde nos
llevan?”. Los escuchabas y se te caían las medias.
¿Pudo saber qué
suerte corrieron algunos de ellos?
No, la verdad que no. Pero lo que sí recuerdo es que cuando
iban para las guarniciones del sur no tenían ni idea de dónde estaban, y cuando
volvieron tampoco tenían idea. Insisto, era como un enorme jardín de infantes,
pero con rostros aterrados.