11 de septiembre de 2013

Salvador Allende

40 Aniversario del golpe en Chile
“Yo sólo tomé en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lucharon junto al pueblo y por el pueblo”. (Salvador Allende)
Cuarenta años han pasado de la caída de Salvador Allende en Chile. El proceso democrático de revolución social encarado por la Unidad Popular –un conjunto de partidos de izquierda que pretendía la nacionalización de los recursos naturales y el acceso al poder de las mayorías obreras—se vio interrumpido. El Palacio de la Moneda, casa de gobierno del país trasandino, era atacada por aire y por tierra por las fuerzas armadas que eran apoyadas por el establishment y las agencias de inteligencia estadounidenses. En su interior, el todavía presidente Salvador Allende resistía la embestida, aún cuando supo que no había vuelta atrás al golpe fascista. La vida de Allende es el símbolo de la lucha por “una vida mejor” para su pueblo. Hijo de una familia con raíces en el Partido Radical chileno, se consagró a la política cuando cursaba la carrera de Medicina. Fundó el Partido Socialista chileno, fue diputado nacional, varias veces senador, ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social del gobierno de Pedro Agruirre Cerda. Pero sería el 4 de septiembre de 1970 cuando alcanzó su mayor anhelo: ser elegido por el pueblo de Chile como presidente de la República.
En la Universidad, en el Parlamento o en el partido, Allende empujaba los proyectos que favorecían la enseñanza popular, la educación gratuita y los derechos de los trabajadores. Veía en los niños y jóvenes el único camino para un nuevo hombre y una nueva sociedad en Chile. El camino a la magistratura presidencial no fue simple. Consciente de que su mensaje necesitaba encarnar en el pueblo, recorrió el país durante cuatro campañas electorales –1952, 1958, 1964, 1970--. Tanto empeño resultaba necesario: “para mostrar, para enseñar, para hacer comprender que existía un camino distinto”, según explicó Allende. La Unidad Popular que resultaría victoriosa nucleaba, además del Partido Socialista, al Comunista, Radical, Social Demócrata, al Movimiento de Acción Popular Unitaria y a la Acción Popular Independiente. Su programa de gobierno pretendía acabar con el reformismo socialcristiano de Frei y encarar de una vez por todas con las políticas que acabaran con el atraso de su país: nacionalización de la minería –especialmente el cobre: “suelo de Chile”--, la Reforma agraria que desterrara el latifundio, y la nacionalización de la Banca y el comercio exterior. La vía chilena al socialismo no tenía antecedente: “no seguiremos al modelo cubano, ni el soviético, ni el yugoslavo, sino un modelo chileno”, fundado en la democracia, el pluralismo y la libertad. Sus promesas no quedaron en el laurel. El 11 de julio de 1971 se produjo la nacionalización del Cobre, Salitre y otros minerales; hacia 1973 el latifundio había desaparecido en Chile con más de 4 mil predios expropiados, 5 millones de hectáreas y 40 mil familias beneficiadas. Además, en los tres años de gobierno aseguró medio litro de leche por día para cada niño chileno, extendió el sistema educativo hacia las zonas más remotas y encaró proyectos laborales y productivos que permitió bajar del ocho al tres por ciento el índice de desocupación. Sin embargo, la derecha chilena no perdonaría el proyecto de justicia social. Paros patronales, bloqueos comerciales y asesinatos crearon un ambiente de división en el país. A pesar del triunfo parlamentario de la Unidad Popular en marzo de 1973, la democracia y la libertad ya no era importante para los sectores de poder económico. Las amenazas de guerra civil se expresaban en paredones, las portadas de los diarios alentaban el pesimismo y el clima golpista, y las diversas facciones del gobierno no lograban aunar esfuerzos para consolidar el proyecto iniciado.
Junto a Francois Mitterand
Con el palacio de gobierno encendido en una sola llama, el presidente Salvador Allende habla al pueblo chileno expresando decepción y agradecimiento. Son los últimos momentos con vida del presidente: “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo”. Lo que sigue en la historia de Chile será la parte más negra de su historia. Las palabras de Salvador siguieron de pie: “Personalmente sólo aliento un anhelo íntimo: que vaya donde vaya, esté donde estuviere, siga siendo el compañero Allende”.