16 de julio de 2018

Sobre el libro "Tehuelches, danza con fotos" de Osvaldo Mondelo



La región patagónica fue siempre un escenario enigmático. Desde la expansión europea hasta las conquistas nacionales argentina y chilena, el cono sur del continente americano atrajo a exploradores, avanzadas militares, científicos y aventureros que con intereses diversos se apoyaron en los pueblos nativos para sobrevivir en una geografía hostil pero también para realzar al heroísmo sus experiencias de viaje. Cuando en el siglo XIX la fotografía empieza a ser un instrumento más o menos accesible para estos expedicionarios, las cámaras y sus documentos se volvieron testigos eternos de lo que los autores no pudieron dominar al momento de tomar una fotografía.
La investigación documental y análisis del periodista Osvaldo Mondelo en su libro Tehuelches, danza con fotos, devela gran parte de esos elementos que en primera instancia están ocultos, pero que con la comparación iconográfica, el paso del tiempo o la interpretación del momento histórico de la segunda parte del siglo XIX y principios del XX, adquieren fundamentos historiográficos para conocer el devenir de este pueblo que persiste en la vida de la Patagonia.    
Tehuelches, danza con fotos de Osvaldo Mondelo.
Son testimonios bajo el molde ideológico del positivismo. Entonces abundan las puestas en escena y también la dramatización de prejuicios que tenían los autores. La fotografía estaba al servicio de una flamante ciencia antropológica que proponía la jerarquización de sociedades europeas sobre el resto. En ese contexto se entiende la fascinación por la documentación de datos antropométricos y en cuanto específicamente al arte fotográfico, los primeros planos de frente y costado como un registro taxonómico de un pueblo bárbaro en territorio salvaje. 
A diferencia de los dibujos que fueron anteriores al registro fotográfico (desde el siglo XV hasta la primera mitad del siglo XIX), los elementos involuntarios de los autores y también de los protagonistas de las fotos dejan un gran espacio para que aparezcan las condiciones de existencia del pueblo tehuelche pero por sobre todas las cosas las condiciones de producción del documento fotográfico. Ya no se trata de pensar en el mito del gigantismo que Pigafetta, Fitz Roy o John Byron propusieron como verdad esencial y maravillosa de esta región del mundo, sino el paso de la cultura tehuelche hasta la reducción de sus prácticas por el avance de la economía ovina, el alambrado o las consecuencias del alcohol.
Sinchel, fotografiado para la exposición de Saint Louis en 1904.

¿Qué pasaba en Patagonia hacia fines del siglo XIX?
Tras las guerras de independencia y civiles de organización nacional, los estados argentino y chileno dieron inicio a la disputa por las zonas australes. La expansión del capitalismo a tierras habitadas por pueblos nativos tuvo dos etapas claramente diferenciadas. Primero, utilizó a pueblos como el tehuelche como aliados militares para contrarrestar la expansión del país vecino. Una vez, más o menos fijadas las fronteras de sendos estados nacionales, los habitantes patagónicos nativos se volvieron un problema: la instalación de estancias dedicadas al ganado ovino era incompatible con el espacio natural y nomadismo de los tehuelches. El alambrado fijaba la propiedad privada de un territorio que se había vivido hasta ese momento de forma comunitaria.
El autor Osvaldo Mondelo lo narra así:
“Cuando la fotografía llega a la Patagonia, a fines del siglo XIX y principios del XX, el pueblo tehuelche está en un proceso de disgregación. El reloj de la transculturización ha iniciado el conteo regresivo, como consecuencia de la apropiación de la tierra, la explotación ganadera, el intercambio comercial, la venta de alcohol, las enfermedades y el desamparo jurídico”.[1]
En la primera etapa, caciques como Sayhueque o Casimiro Biguá fueron retratados con los uniformes militares de época y su autoridad de hecho y grado militar aseguraban la presencia –al menos ficticia- del estado nacional. Osvaldo Mondelo lo explica:
“En la disputa por el espacio territorial, tanto los gobiernos de la Argentina como los de Chile celebran acuerdos comerciales con caciques y capitanejos, otorgando cargos militares, sueldos, alimentos, a cambio de la portación de símbolos patrios”.[2]
Grabado de Juana y Casimiro Biguá con uniforme militar y ostentando su grado de coronel que le aseguraba al estado argentino posicionarse en la Patagonia.

Para la segunda etapa que marcamos más arriba, la caracterización descriptiva y la fotografía de los tehuelches mudará a las nuevas necesidades políticas de un estado nacional que se consagraba como la garantía del progreso capitalista y por tanto del minúsculo engranaje que estos países ocupaban en la división internacional del trabajo. Argentina y Chile, de la mano de sus clases dirigentes, tenían claro el papel que les correspondía: aportar materias primas a los países centrales e industrializados.
Entonces, en el nuevo contexto, los pueblos tehuelches pasaron a ser un obstáculo al avance de la propiedad privada. La difusión tecnológica del alambrado atentó con una de las prácticas culturales propias del mundo tehuelche: el nomadismo y la vivencia de un espacio natural con carácter esencialmente comunitario y sujeto a pactos entre los mismos pueblos que tenían el mismo peso de lo que actualmente conocemos como acuerdos diplomáticos: la violación de un determinado territorio de caza era igual a una declaración de guerra.
Las consecuencias de semejante cambio en la experiencia cotidiana del extenso espacio patagónico fueron brutales, tanto en el modo de vida pero también en el registro fotográfico que servirá para sustentar el nuevo discurso ideológico de las clases dirigentes y sus medios de comunicación gráficos o instituciones científicas de la época:
“Afianzado el latifundio patagónico y establecidos en forma permanente los delegados administrativos del Estado nacional, la fotografía acompañará la concepción que impone el nuevo modelo ideológico del desarrollo capitalista. Mostrará un perfil negativo de los tehuelches: un pueblo bárbaro, nómada, cazador de guanacos, ladrón de ovejas, borrachín, de escaso interés cultural, que no dejó grandes obras como las legadas por los incas. Un estorbo para los estancieros, un obstáculo para el progreso”[3], describe Mondelo.
Por supuesto, es el capitalismo el pilar explicativo de lo que empezará a ocurrir al pueblo tehuelche: el gradual abandono de sus cueros de guanaco como vestimenta, la imposibilidad del nomadismo y la reducción de su espacio territorial.  

Comercio y fotografía
La mayoría de los viajeros que se propusieron honestamente convivir temporalmente con los pueblos australes para conocer sus prácticas culturales y estrategias de supervivencia, consideraron a los tehuelches como personas amables y hospitalarias. George Musters o Ramón Lista son algunos de ellos. En cambio, los meros cazadores de oportunidades dejaron impresas en crónicas de viaje su desprecio hacia los pueblos patagónicos.
La experiencia de los tehuelches con los expedicionarios era una oportunidad para obtener un comercio al que aspiraban practicar en los principios de la mutua conveniencia, como indicaba su modo de vida. A cambio de quillangos de guanaco o choique los nativos obtenían yerba, tabaco, alcohol y otros instrumentos cotidianos como pavas y cacerolas. En este sentido se inscribe gran parte de la fotografía “científica” de esta época. Ante la suspicacia que despertaba la cámara fotográfica, los exploradores lograron buena parte de sus documentos por medios del intercambio comercial, aunque en otros casos, la presencia de fuerzas policiales como gendarmería dan elementos suficientes para sospechar el uso de la coerción con el objetivo de forzar las tomas.
Josefa Keta es medida antropométricamente y fotografiada por el investigador Marcelo Bórmida.

Un aliado para estos propósitos fue el intercambio de fotografías por alcohol, fundamentalmente aguardiente. Algunos lo usaban para obtener cueros, tejidos, otros para obtener fotografías, y también estaban los profanadores de tumbas como Henri de La Vaulx que obtenían información de chenques (enterramientos de ancestros) para robar las osamentas.
A propósito, en la obra de Osvaldo Mondelo se toma un fragmento del relato de viaje de Henri de La Vaulx cuando miembros de una comunidad tehuelche se oponían a que les tomen fotografías porque ese artificio generaba temores sobre la duplicidad de la imagen propia:
“¿Para qué, dice, vamos a entregar nuestras imágenes a este joven que quizás sea un brujo y podría más adelante lanzarnos un hechizo? No podemos existir a la vez en dos lugares diferentes, si nuestra imagen aparece representada en un papel sería nuestra muerte segura”.[4]
Las fotografías dejan su testimonio objetivo: los cueros remplazados por tejidos de algodón y lonas plásticas. Los cueros por la indumentaria de gaucho. Y también, las extensas planicies de la Patagonia por tehuelches atrapados entre una cámara fotográfica y las paredes de algún edificio del pueblo de Río Gallegos, en la provincia de Santa Cruz, o en Retiro (Buenos Aires). La opresión tehuelche tiene acá una evidencia gráfica. Como sostiene Mondelo, el tiempo marca una aceleración regresiva donde los agentes comerciales dan una batalla importante en el avance capitalista.
A finales del siglo XIX los tejidos han remplazado a los cueros de guanaco en las vestimenta de mujeres. De izquierda a derecha: Sutjal, Filomena Coile, Rosa Amelia Ibáñez, K'oyomerch'e, Téchem. Loóla Ibáñez.

Un pueblo reducido a postales
Específicamente desde lo fotográfico, las dos etapas que marcamos anteriormente (el de indio amigo/indio salvaje) parecería no tener fronteras claras y es plausible de que se hayan dado momentos donde ambas consideraciones convivieran y se optaran distintamente según las necesidades comunicativas de estos autores. En esa línea, la elaboración artificiosa de postales, publicidades y tarjetas en función de las fotografías de tehuelches se dio a lo largo del siglo XIX y principios del XX (aunque al principio fue un fenómeno bastante más intensivo). El carácter exótico se denota fácilmente en la producción visual de la época.
Tehuelches posan con un fondo tropical de fantasía para la tarjeta del show humano de Hamburgo en 1879.
A veces, las tomas fotográficas se intervenían deliberadamente: se coloreaban, se cambiaban los entornos geográficos, etc.
Esta práctica de transformar en postales se tradujo en la generalización de unos supuestos caracteres tehuelches, se quitó todo tipo de individualidad como, por ejemplo, los nombres personales. Claramente se expone esas intervenciones en los epígrafes explicativos que acompañaban las postales:
-          Tehuelches típicos.
-          Indios de la Patagonia.
-          Tehuelche.
-          Mujer tehuelche.
-          Tipo característico de indio tehuelche.
-          Grupo típico de la Patagonia en su tienda de piel de oveja.
-          Un indígena de la tribu tehuelche.
La cultura tehuelche y su descendencia pervive en provincias como la de Santa Cruz en el sur de Argentina. A veces soslayados por discursos dominantes, cuando no elegidos como enemigos predilectos de otros discursos oportunistas. Pero siempre presentes. La cultura tehuelche, viva en las expresiones folclóricas también permanece latente en torrentes sanguíneos de muchos argentinos-chilenos. Desistir de querer encontrar patrones específicos de su ser cultural marca al mismo tiempo las cicatrices pero también la fuerza de un pueblo que a pesar de la violencia y el empobrecimiento deliberado, no dejaron de pisar el cono sur del continente desde los tiempos ancestrales hasta hoy.   
La foto de K'chorro aprovechada como publicidad. Para los fines de extender las estancias ganaderas, relacionar a los tehuelches con el alcohol servía al discurso para enajenarlos de su territorio y cultura.




[1] Mondelo, Osvaldo, Tehuelche, danza con fotos, Akian Gráfica Editora, Buenos Aires (Argentina), 2012.  
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.